-Escribo sobre los últimos minutos del miércoles de Ceniza. Me gustan mucho las dos fórmulas, lástima que haya que elegir ;-): "Convertíte y creé en el Evangelio" o "Recordá que sos polvo y al polvo volverás".
-Desde que decidí seguir a Jesús a mis 16, me sumergí en la riqueza de los tiempos litúrgicos, de los símbolos, de las características de cada misa. Particularmente, siempre tuve una experiencia de renovación muy integral al comienzo de cada Adviento, que coincide con el fin de año laboral y se suele llegar exhausto. No es que no sintiera el cansancio pero recibía una posibilidad mucho más rápida de trascenderlo para amar.
-Desde que algún cura lo dijo en alguna homilía siempre me llamó la atención esta relación: notemos que en dos notables acciones del mal: aquella en el Paraíso y la que se rememora en la Cuaresma: Cristo tentado en el desierto, hay esto en común: una pregunta insidiosa, una invitación a desconfiar: "Si Dios te quiere...". O peor: "Si de verdad sos amado...". Una invitación que busca pudrir la raíz de la vida, la que nos une al Amor. Y otro aspecto: no es que el diablo diga cosas demasiado distintas de las que dice Dios. Al fin y al cabo, la promesa de ser "como dioses", no tiene mucho en común con que Dios creó al hombre "a su imagen y semejanza"...vamos, cuestiones exegéticas y de traducción aparte, un poco "como" El? ¿Y las palabras del diablo, no están en su mayor parte tomadas de la Palabra que Cristo reconocía como verdad? Pero algo tiene que haber en nosotros que detecte lo disonante, el chirrido, el exceso o el defecto en esa voz, para que no podamos confundirla. Como no confundiríamos la voz por teléfono o portero eléctrico de quien más amamos, por más que durante un rato un imitador astuto nos pueda engatusar.
-Y al fin de cuentas, para qué esforzarse en distinguir la voz de Dios de la voz del mal, para qué? Bueno, diría muchas cosas, pero una de mucho peso ahora para mí es: para experimentar el éxtasis de la comunión en vez del repliegue estéril de Narciso, muerto de tanto mirarse a sí mismo. Y recuerdo que Dios nunca frustró mis ambiciones: me las desbordó, me las rediseñó, me las purificó en el horno del Amor.
-Feliz Cuaresma. No es ninguna contradicción.
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