31 jul 2005

Yo vine para preguntar 20: ¿No es cierto que la Iglesia es una mierda?


(porque a los mapuches, a los homosexuales, a los punks, a los watusi, a los chamanes, a los vegetarianos, a los inuit, a los separatistas kurdos, hay que "entenderlos desde adentro", "desde su propio paradigma, que es diferente del nuestro y al cual no tenemos NINGUN derecho a juzgar. Es otro, simplemente.";ahora, vieron que la "otredad" de los católicos, de los musulmanes, de los judíos...es otro tema, ¿no? Bah, digo, no sé, me parece que a esos nadie trata de entenderlos "desde adentro", de considerar legítimos sus reclamos porque tienen "otro paradigma" distinto del de los progres que los juzgan...)


La Crueldad

Esteban SchmidtSunday, April 3, 2005
Dijo “amén” el Papa, antes de morir, se supo, y hay que aplaudir el modo en que la Iglesia organiza estas transiciones. Ritos que tienen mil años, los tres golpecitos con el martillo de plata en la frente para chequear que ya no le duele nada nunca más, el detalle de los comunicados previos creando clima, la habitación iluminada de noche, el empujón al ventanal del domingo pasado cuando ya no pudo hablar pero sí, darnos pena. Todo hecho con una naturalidad carente de esfuerzos notorios de producción.
Estos hombres de polleras largas que no van al gimnasio ni corren por Palermo o el Central Park produjeron un acontecimiento publicitario notable y, cada persona del mundo con acceso a un televisor o un diario pudo vivir los últimos días de Juan Pablo II con el detalle en primer plano de su decadencia física y la información pormenorizada de los médicos, del mismo modo en que seguiría los días finales de su familiar más querido.
Sin renovar sus isotipos, sus logos, la señalética de los pasillos y de las parroquias, el Vaticano, ¡la Iglesia Católica!, es visiblemente la compañía más vieja de todas las que colocan simbolismos en el mercado global. Atrasada en lo superficial pero, eso sí, obteniendo nada más que triunfos en la escena pública, como si fuera una institución perfecta, y a prueba de fallos. Una distancia sideral le saca al resto de las organizaciones que nos invitan a creer en lo que sea. Y no es sólo el talento para mantenerse; su misterio, su milagro, su virtud, es que: no hay recompensa en acciones para nadie, ni presentismo, ni productividad. La religión, Dios, merecer el cielo, es a cambio de nada.
¡Hosana!
Una tendencia que campea en el progresismo (en el mundial), nos dice o nos invita a creer que esto prueba que los curas son los malos perfectos. Son tan, tan malos, que pueden hacer maldades absolutas, redondas. Esta versión desmiente que sean hombres guiados por Dios, que creen en serio en él y en las enseñanzas de Jesús, que son reveladas en los Evangelios. Esta visión continúa en diálogos grotescos de sobremesa en los comedores cercanos al Concejo Deliberante, con la idea de que los Cardenales son todos hombres de negocios que, a lo mejor, creyeron en Dios a los quince años cuando eran boy scouts, pero que ahora son unos chantas, reprimidos sexuales y que mirá el orto que tienen de manejar semejante quincho.
En un mundo tan a la vista, tan pornográfico, con tantas cámaras ocultas, que una institución resguarde su intimidad como lo hace la Iglesia, es digno de admiración. Significa que es una institución sin traidores, o sin traidores ostensibles, evidentes, y donde los pañales de adultos sucios se lavan adentro, con todo el tiempo del mundo, en la creencia, eso sí, de que ese mundo y el tiempo son cosas de ellos. Es una institución fascinante donde los secretos se llevan a la tumba por convicción y no por un contrato de rescisión de servicios millonario como se hace en Clarín o en Hewlett Packard.
La muerte del Papa nos permite pensar en la Iglesia de un modo poco habitual, especialmente si miramos el detalle de la transición. Digo, el martillito, la rotura del anillo, el embalsamamiento y el cónclave inminente. Los secretos del Vaticano, sus sótanos, sus finanzas, todos sus misterios se ponen en primer plano, distinto que el resto de los días en que los Papas no se mueren y, la Iglesia, es un frontón muy cómodo para descargar nuestras impericias en dar los saltos en la calidad de vida de nuestra gente que, creemos que hay que dar. El tema del aborto y los preservativos, como ejemplos más reconocibles.
De más está decir que, en cuanto a la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, hay más de una versión en la Iglesia. Y es cierto que no tienen opiniones contradictorias con el tema del aborto. Pero hay que aceptar que tienen derecho a sostener que hay vida desde la gestación y que no tienen porque atenerse a parámetros científicos para decir lo que piensan de las cosas. Como aceptamos tantas cosas con mucho menos complejo. Pero, ojo, porque esto se pierde de vista: en la Argentina no hay aborto despenalizado porque los legisladores no lo aprueban. Está claro que a los curas les parece mal y presionan para que no se sancione pero los salames de los integrantes de legislandia se dejan presionar. Los curas no levantaron sus iglesias de los países donde el aborto se practica en hospitales. Ni levantaron sus escuelas, ni el Papa dejó de hacer sus visitas pastorales. Lo pasaron a pérdida. Así, como contadores, parte del arte de resistir dos mil años. Esos son temas que van a la velocidad de las elites políticas y las elites políticas no son formateadas por la Iglesia. No aquí.
Está probado que la Iglesia no es culpable de que Chacho Alvarez no se haya querido tomar el trabajo con el que amagó y amagó. ¿No?
Pero el tema es que, si hablamos de la Iglesia en nuestra sucursal local del progresismo mundial, la agenda anticlerical te la arma o, al menos la representa, aplicadamente, el suplemento de señoras Las 12, una agenda resentida y superficial, mezclada con avisitos de cremas para las manos que sí auspició la llegada de Chacho: a la nada. La Iglesia está sometida al escarnio diariamente: curas pedófilos, capellanes copados con los marineros, monjas que tortean, todo es una risa.
Según esta visión, la Iglesia se encarga de impedirte desear, quiere que abortes en malas condiciones, quiere que estudies mal y que los profes de música abusen de tus hijos. Con los necios (y las necias) no puede ni Dios, dice la Biblia.
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Mi mamá me guardó los cuadernos de segundo año del catecismo. El primero lo cursé en el Buen Pastor de Aranguren y Honorio Pueyrredón, mientras que el segundo lo hice en la Parroquia Santa María de Avenida La Plata y Venezuela, para coincidir con otros dos compañeros de la primaria llamados Francisco y Juan Ignacio. Mandé, en estos días, a enmarcar la página de cuaderno donde escribí a los ocho años los diez mandamientos. Transcribo, ahora, algunas de las enseñanzas que recibí en esas clases que se daban en la Santa María (en el sector nuevo —hablamos de 1976— subiendo una escalera angosta desde el patio donde jugábamos a la pelota), por parte de Aída, de voz tipo silbato, y su hijo Miguel, de anteojos cuadrados, y Guillermina, severa y dulce (las dos cosas), y todo según consta en las páginas ásperas de un cuaderno Laprida de 48 hojas de tapa dura.
“Amen a sus enemigos”. Tenemos que querer a los que nos hacen algo malo porque Jesús nos dijo: “háganle algo bueno, a los que nos hacen algo malo”.
“Jesús dice que vuestro sí, sea sí, y que vuestro no, sea no”. Sí, tenemos que decir la verdad porque Jesús nos dijo que el sí sea sí y el no sea no.
Hay un costado represivo que el progresismo mundial le imputa a Iglesia que hace el recorrido siguiente. Los tipos, los curas, te piden que no desees a la mujer de tu prójimo y que no seas vanidoso y, entonces, es como que te autoreprimís, tragás bilis, sudas a la noche, te casás con la que no te gusta, comés palitos salados mirando la tele, y después, un día, estallás y te cojés travestis. Bueh.
Es verdad, a la Iglesia le parece mal que te cojas muchas minas y prefiere que te cojas a tu señora y tengas muchos hijos. ¡Ahora, qué hijos de puta que son! ¡Qué turros los curas! Están a favor de lo que, finalmente, desean todos los que se enamoran.
Habiendo visto muchas cosas y leído otras más, puedo confirmar que el Catecismo es un lugar en el cual se forma a los pibes a ser buena gente, aunque no se garanticen los resultados. Si saliste mal, no es que te enseñaron mal, sino que no quisiste hacer los deberes. La Iglesia es un lugar donde, fundamentalmente, se enseña a hacer el bien. Y, si eso es así, qué importa si Dios existe o no. Es una instancia más que tienen los pibes de escuchar otras razones que las de la compra-venta, el tufo mercantil que olerán toda su vida.
Claro que algo de eso no dura. Si muchos no tenemos nada que ver con la Iglesia, aunque hayamos tenidos experiencias de fe, es por la falta de pecado que reina en la institución, por la falta de inteligencia y de humor. Algunos nos hemos puesto tan sarcásticos que ya no nos entendemos con nadie. Pero no sólo con los curas y los sacristanes: nos pasa con el plantel gerencial de Coto y con las pibas que atienden la barra del Podestá.
No obstante, siempre pienso en presentarme ante el cura de la Iglesia San Francisco Javier, frente al supermercado Cordial, en Borges y Costa Rica, porque me parece un tipo macanudo. Esa Iglesia alberga un colegio del mismo nombre al que van muchas pendejas y pendejitos, y pasan por esa calle muchas minas que están fuertísimas. Nunca, eh, nunca, lo agarré en un renuncio. Pasé en total, en todos estos años, como cien horas, viendo si alguna vez el tipo relojeaba una pollera, un botín de fútbol infantil. Paciente con las madres, les habla mirándolas del cuello para arriba, a la salida del colegio y de las misas y vuelve a la oficina que se ve desde la calle y, el tipo que es, además, muy guapo, se mete con los papeles, con la lista de bautismos futuros, los gastos, los casamientos, los problemas de la escuela. Nunca miró. Nunca. ¿Un loco? No, se cree su oficio. Y eso es muy respetable. El sacrificio del celibato es lo que, entre otras cosas, le permite ser “el padre” y que, los demás, no se sientan solos en la inmensa cantidad de oportunidades en que las personas se sienten solas. Hay gente que se sacrifica por los demás. Hay señoras que, por ejemplo, se levantan muy temprano para preparar comida para los pobres. Son señoras unidas en la fe y en la creencia de que eso debe hacerse.
El capitalismo es algo tan horrible y poderoso que, posiblemente, convencerá a los curas de vender hamburguesas en cada capillita del mundo y ahí sí, cagate de risa de Mc Donalds pero, mientras tanto, hay un montón de lugares en el mundo donde alguien puede hacer una cola por un plato de comida que viene gratis. La iglesia da de comer y dar de comer a los que tienen hambre es tomarse el trabajo y no ser una mierda.
Pero tiene poco swing, a diferencia de la lealtad que se tiene con la compañía Coca Cola o la empresa textil Bensimon, las instrucciones que la Iglesia les da a sus fieles están muy mal vistas entre la gente que va a los cumpleaños que vamos nosotros. En ellos, a veces, se puede encontrar al personal de la revista Barcelona que en las últimas horas pegoteó la ciudad con un afiche supercruel y, por ello, ¡gracioso! Está la imagen de Juan Pablo II y la de Terry Schiavo encerrrados dentro de un corazón. Y se pregunta: ¿El romance del año?
Jajajajajajaja. Se puede entender que las personas que hacen la revista Barcelona crean que todos los que creen en Dios son boludos. Y que les parezca muy graciosa esa imagen de Schiavo agonizante, pero por un instante deberían considerar que ni los creyentes ni los familiares de Schiavo se burlarían de ellos. El afiche “parece” valiente, audaz. Pero es todo lo contrario. No pudiendo apostar por nada. Habiendo perdido el optimismo vital, te la agarrás con los indefensos en una acción desigual y cobarde en nombre del “arte” o la libertad de expresión. La revista lleva como dos años. ¿Dos años pensando crueldades todos los días? ¿Setecientos y pico de días?
Como la humanidad está sonada, la crueldad está asociada a un montón de cosas divertidas como los chistes fuertes. O al buen sexo. Los malos y las malas siempre gustan más que los buenos. “Es malo, seguro que coje bien”. “Es mala, es recojible”. Y se constituye otro de nuestros círculos viciosos, asociado a otro en el que la gente trabaja en cosas que lucen bien pero que hacen mal a los demás, y les hacen mal a ellos.
La crueldad es nuestra principal forma de relacionarnos. Incluso, uno de los momentos de mayor libertad personal de un tipo es cuando, efectivamente, sabe lo que quiere y va para allí. Ese momento es, coincidentemente, el momento en que uno se transforma en una porquería de persona. Cuando dejan de importarte los otros, al menos, como te importaban. “Sé lo que quiero, nada ni nadie me va a impedir conseguirlo, no voy a aceptar demoras”. Y todo se pone menos cordial, no contestás los mails, filtrás los llamados, no respondés una pregunta. Todo una mierda. Y el peor descubrimiento que, curiosamente, resulta ser el más liberador para esa persona: ya no hace falta ser buena gente, ser cordial, para vivir y que te vaya bien.
Está confirmado que el mundo es una mierda. Y no lo han empeorado los curas. Ahora, muy de vez en cuando, paso por la parroquia Santa María, donde me confirmé y y tomé la comunión. Sigue siendo de ladrillo a la vista, y sigue amurado el mismo reloj grandote que, a veces anda y a veces no, y que tiene un cartel debajo que dice: “es hora de acercarnos a Dios”. Cuando el reloj anda, digo: “ah, cuatro y cuarto”. “Es a las cuatro y cuarto de un miércoles”. Pero a mí se me pasó el cuarto de hora. Como tantos, hice una opción más pesada por un mundo más reventado, que tampoco lleva a ningún lugar: una opción de mirar pendejas y pensar feo. No obstante, cuando paso por una Iglesia me siento seguro, me siento como en casa. Sé que ahí dentro, con todo lo que pueden denunciar los periodistas, León Ferrari y todos los artistas geniales, hay una estructura moral que reconocerá mis debilidades y no se aprovechará de ellas para cagarme.
Que haya curas abusadores, cuidadores del oro de los ricos, hipócritas, cómplices de los torturadores, no es ningún descubrimiento genial. Así son las cosas con los seres humanos. Pero me parece que en las críticas a la Iglesia, a sus métodos, en la burla a los creyentes, al Papa muerto, hay mucho de chispa adolescente y de excusa para no querer portarse bien y ser buena gente.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Este tipo de comentarios es el que me inhibe acrear mi propio blog.

Anónimo dijo...

Me refiero al post, no al comentario de sangre azul, por cierto. ;)

Anónimo dijo...

Sangre azul, gracias...Francisco, no le des tanto poder a "este tipo de comentarios" como para inhibirte de nada...

Anónimo dijo...

Me parece que la primera pregunta objetiva sería: ¿qué es la Iglesia?
Digo, como para buscar la verdad desde lo objetivo, sin malas intenciones ni esa gran bronca interior que domina muchas veces al intelecto.

Cuando uno no quiere convidar más algo, pero quiere quedar bien, pregunta: ¿No querés más, no es cierto? Es obvia la respuesta, aunque no necesariamente cierta.

Anónimo dijo...

Iglesia = ekklesia = comunidad, asamblea , y una etimología hermosa: viene de un verbo que significaba "llamar afuera"...somos los que fuimos "llamados afuera" a formar este Pueblo de Dios

Anónimo dijo...

sos un ignorante men, y aprede a escribir

Anónimo dijo...

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